Escrito por Mauricio Hdez. Cervantes
Todo sucede porque, más adelante, siempre hay algo mejor esperándonos. O “nada en la vida sucede por casualidad”. Eso me lo dijo una gran amiga, hace un par de días, a propósito de lo inesperado de los tropiezos y de las dolorosas caídas que ocurren a lo largo del camino; incluso, me parece que su objetivo era el de mitigar en mí el sufrimiento de algunas grietas y heridas producto de los tiempos de infortunio. Y le creí, quizá, nada sea una casualidad, como tampoco fue un accidente el hecho de que después de charlar con Andrew Funk, sobre como encontrar dentro de uno mismo las respuestas a los acertijos más indescifrables que nos plantean los tiempos difíciles, entendiera yo que sencillamente somos aquello que hacemos (y que hemos dejado de hacer). Es decir, somos nuestras motivaciones, nuestras decisiones, y no una aparente cadena de casualidades…
Fue por un encargo editorial que llegué a Andrew. En concreto, la encomienda era realizar una entrevista al fundador de Homeless Entrepreneur y contar su historia de superación personal. A simple vista, no era otra cosa que la colaboración de un freelance para un medio que gestiona branded content. Pero resultó ser algo mucho más profundo. ¿Por qué? Pues porque una entrevista, más allá de los límites del formato periodístico, siempre se convierte en un momento en el que no sólo las ideas se cruzan, sino que también las historias y los urgentes presentes del entrevistado y el entrevistador se entrelazan. Y, si hay suerte, lo que fue planteado como entrevista termina en una extensa conversación. Al menos así vive este oficio (y la tan enriquecedora labor de entrevistar) el periodista que escribe estas líneas. En pocas palabras, Andrew, el entrevistado, una persona que salió adelante después de haberlo perdido todo (incluso su hogar), iba a ser entrevistada por un periodista que aún lame las heridas que le quedaron después de haber visto cómo los vendavales de la vida le arrebataban de las manos el polvo de todo lo que construyó con amor y pasión durante más de 10 años.
Lo primero: tras el contacto inicial, él me pidió que la entrevista la hiciéramos vía alguna pantalla “para ponernos cara”. Él estaba en Barcelona, donde reside, y yo en México, país al que llegué después de 11 años de haber vivido en Madrid. Sí, “ponernos cara”. De entrada, ‘ponerle’ cara a alguien es ya un gesto tan humano tan valiente, sobre todo en tiempos en los que las gélidas distancias de la era digital nos alejan, nos enfrían, nos deshumanizan hasta grados inconcebibles. Lo segundo, abierta la confianza, me permití presentarme como algo más que el reportero que le haría unas cuantas preguntas, le dije que estaba frente a alguien que era empático con su historia, con su causa, y con la organización que preside. Le dije, en pocas palabras, que la entrevista se la haría alguien que también sabe lo que es despertar un día y ver que no queda nada de lo que hasta hace muy poco daba por seguro.
La entrevista se puede leer en este enlace, pero la inspiración y la gran lección de vida que él me dejó, desafortunadamente, no. ¿Por qué? Pues porque en ese texto no pude incluir cómo cambian los brillos y las sombras de la vida cuando uno recuerda, primero, que nadie está exento de tropezar y caer; segundo, que las herramientas que necesitamos para levantarnos no siempre están dentro de nosotros mismos, y por eso, a veces, hay que salir a buscarlas; tercero, que las respuestas a esas preguntas tan complejas (y que nos atan a pasados llenos de dolor) sólo están en dentro de nuestro corazón; y, cuarto, que a pesar de todos los contratiempos y obstáculos, si uno tiene motivación, ya tiene el motor para superar cualquier infortunio.
Vivimos en un mundo muy duro, uno sumamente exigente: exige un trabajo bien remunerado para vivir cómodamente; exige esfuerzos personales, mentales y espirituales para tener acceso a bienes que, sin duda alguna, nos hacen la vida mucho mejor. Pero también vivimos, afortunadamente, en un mundo muy generoso y lleno de oportunidades. Lo difícil, en todo caso, es saber encontrarlas, leerlas, aprehenderlas, y, por supuesto, aprovecharlas. Insisto, no es, en absoluto, sencillo. Hay muchas trampas en el camino. También tentaciones. No es fácil esquivar todos los agujeros y llegar a las propias metas que nos hemos fijado.
Sin embargo, como así lo charlamos Andrew y yo, uno siempre toca fondo. Y no me refiero a terminar vagando por las calles sin rumbo ni destino, o durmiendo en el sofá de algún amigo, o viviendo (de nuevo) de los padres. Me refiero a ese instante en el que la frustración, el dolor, y la nostalgia ya no pueden dañar más. Me refiero, a ese momento en el que uno dice “no voy a ser más una víctima de las circunstancias, no voy a permitir que alguien o algo más definan mi destino”.
Por supuesto, no es menester de este texto dar lecciones o ser ejemplo de nada: quien escribe estas líneas, sigue doliéndose por esa frase que tarda en irse de la cabeza y del corazón… “estuve tan cerca; lo tenía todo”. Esta pieza, esta reflexión, es únicamente un reconocimiento a las personas que, como Andrew, sobrevivieron. Sí, que sobrevivieron a sí mismos: a sus demonios, a sus errores, a sus tropiezos, a sus éxitos (que a veces hacen más daño que un fracaso). Es un merecido reconocimiento porque hay quien no lo logra… y la lista es larga. Pero, además, estas palabras son una distinción hacia aquellos que han encontrado en el tropiezo, en el fracaso, grandes lecciones y oportunidades para mejorar y fortalecerse personal, económica, y espiritualmente. Recordemos que muchas de las grandes obras arquitectónicas o musicales del mundo, se han construido o compuesto con lágrimas, sudor, e, incluso, sangre.
Insisto: levantarse del suelo no es nada fácil. A veces el mundo, sobre todo en países como España o México, donde la precariedad laboral no es algo excepcional, en donde los espacios de expresión emocional son cada vez más limitados, aparece como un lugar cruel e inmisericorde. Pero, afortunadamente, esa es sólo una cara de la moneda, esta vida también es bondadosa y está repleta de oportunidades. Quizá, sólo sean nuestros propios demonios los que se interponen entre nosotros y la materialización de los grandes sueños. Quizá sean ellos mismos los que, en ocasiones, nos impiden ver que allí afuera hay una mano tendida y dispuesta a ayudar, a darnos ese empujón que necesitamos para volver a trazar los caminos interrumpidos. Quizá, después de todo, arriesgarse y caer, equivocarse y aprender, romperse y sanar, sean pasos ineludibles en el largo y maravilloso camino de la vida.
Quizá, efectivamente, y como lo dijo mi amiga, nada (ni siquiera una mala racha) sea producto de la casualidad. Y, como también lo dejó ver, quizá lo mejor de la vida nos espera a la vuelta de la esquina.