Serie ‘Pequeños guerreros:’ Troglokhan

Desvelado porque no consigue coger el sueño.

Se abrieron los angelitos.

En sí, él es lo que queda del resto del equipaje.

En un sofá. Desde noviembre, el mc (maestro de ceremonias, rapero) Eduardo Xl Soro (Tegucigalpa, 1989) vive en un sofá. Por eso se desvela y ya no sueña con dulces.

Me da la dirección de su sofá, adonde le llegan las cartas: un primer piso del Passeig de Maragall.

Decaído, no desiste (A pesar de la distancia). Eduardo, el gorgonita Troglokhan, también ha pasado algunas noches en la calle. Colabora con #HomelessEntrepreneur.

“El sofá es marrón, raído, de tela, de tres plazas”, describe su sofá Eduardo Soro, ojeroso, enteco, calado con una gorra verde (esperanza) de la marca Dickies (su logo es la herradura de la buena suerte). “Cuatro colegas, dos catalanes y dos latinos, también viven en esa casa, y como no pisan el comedor para nada, me prestaron el sofá, y allí estoy, allí como y allí duermo. Me dijeron: ‘Quédate ahí’.”

No paga nada. Intenta ser invisible (mutable): “Trato de desaparecer, que se me vea lo menos posible. Cuanto menos moleste, más tiempo me quedaré”.

Antes había okupado (con ka) un bloque de apartamentos turísticos en la avenida del Paral·lel, 101 (“hay una necesidad de vivienda en Barcelona”). Los pisos para guiris se convirtieron en La Profana, con su página de Facebook para “resistir”: “El 2 de juny del 2015, un grup de joves vàrem decidir empoderar-nos habilitant com a vivenda el bloc de pisos La Profana, situat a l'avinguda del Paral·lel, 101 Bis”.

Antes había alquilado una habitación en Barcelona.

Ahora, el sofá, incómodo, sin cojines rellenos: “No es tan pequeño el sofá, pero la espalda… Siempre se pasa frío. No hay privacidad. La gente pasa de aquí para allá, y ni hablar de traerme a nadie… Tengo el último turno para bañarme y para lavar la ropa”.

No paga nada. No tiene armario. “Mi maleta es una bolsa. Meto la mano y lo primero que saco es lo que me pongo. Pero igual estoy agradecido”, siente.

El “ejecutor de rap” Xl Soro escribe las letras sobre canciones de fondo (beats). Se sincera (“ser real”): “Hablo del amor y del desamor, de mi disconformidad con el ser humano. Si está evolucionando o involucionando. ¿De qué más hablo? –se pregunta a sí mismo–. De las conspiraciones mundiales como el Nuevo Orden, que creo que existe. De la cultura hip hop, que puede crear buenos seres humanos: buenos niños, buenos adolescentes, hombres buenos que mueran bien. De un mundo sin fronteras ni banderas”.

Para él, Barcelona es una “amante inquieta”. Llegó a Barcelona en el 2012, loco de amor. Se casó. En el dedo anular de la mano izquierda se tatuó el anillo de compromiso. Poetiza, que es la única forma de ahondar en el alma humana sin romperse por dentro. Primero dice: “Surgió el amor”. Primero dice: “Me enamoré de una chica catalana”. Después dice: “Lo que pasa siempre: estuvimos bien hasta que ya no estuvimos bien. Como todo inicio, tuvo un final”. Y al final, abstraído, dice: “Me quedé por aquí y aquí sigo”. Y de nuevo, el final, también dice: “Salieron nuestros monstruos, era una relación irreal”.

Como una canción del guitarrista chileno Manuel García (Como dices tú), cuenta las ondas en el aire que nadie ve, con la mirada perdida de los pájaros que se estrellan contra los cristales.

Y entre el principio del final y el final del final, se quema los dedos: “Entré en cosas desagradables de las que no quiero hablar, dejé todo lo que estaba construyendo”.

Una de esas cosas que construía, y que aún mantiene, son las letras del rap. Me pone en el móvil lo que acaba de grabar, y se disculpa (“no está mezclado ni nada, pero sirve”). El tema, de cuatro minutos y medio, se titula “Persevera”. A trompicones escuchas palabras y frases sueltas, porque continuamente se para: “…que te fallan las fuerzas”; “canto de las hienas”; “rabia”…

El rapero Eduardo Xl Soro, alias Troglokhan, sigue componiendo en la casa de su sofá, que no en el sofá de su casa. No se estira porque los pies se chocan con los brazos. Dispara. Anota: “Somos los forjadores de este mundo”. En ocasiones, le llaman para bolos. Le gustaría vivir de la música. No cobra los “conciertos barra [/] talleres” para concienciar con el hip hop sobre la problemática de la violencia”. “Así contribuyo”, asume. Sí cobra en los casos en los que el futuro le da certezas y le invitan a eventos y le pagan algo, “lo justo”. Entonces, ahorra. Y va a una oficina de Western Union (“dinero global”). Ese dinero se lo envía a su madre, en Honduras. Es consciente de que lo poco de aquí, allá es mucho.

“También sé que formo parte de esa inmensa masa invisible de la calle. Si pasan mirando el iphone, no les ves, pero existen. Pero yo soy un afortunado. Yo tengo un sofá.”