Poco a poco habéis ido consiguiendo pequeños objetos que requeríais, desechos de la gente común, pero que graciosamente vosotros habéis aprovechado para improvisar un cobijo, bajo un porche delante de una iglesia. Mantas, carros para recoger chatarra y lo que se tercie, cajas de fruta, muchos cartones para mitigar el frío suelo de la calle, y también para componer algo así como unas puertas que aseguren cierta intimidad. No os gusta hablar con desconocidos, pero cuando os cuento mi relato personal, empezáis a despegaros de esa coraza que los que hemos saboreado las mieles del infierno nos creamos para protegernos de más mal. Andrés y Felipe. Encantado. Os he observado mucho, vivo cerca y paso por aquí a menudo. Algún domingo os he visto tomar un descanso en los bancos de la plaza, absorbiendo los rayos de sol tras una noche muy fría. Veis a las personas creyentes desfilar hacia el templo de Dios, y esperanzados esperáis el fin de la misa para reclamar caridad.
Eso es lo que menos os gusta. Quisierais no tener que apelar a la caridad, preferís la palabra solidaridad. Que no basta ya vuestro esfuerzo, porque la calle deriva hacia una espiral en la que todos los ítems de normalidad se los traga el averno callejero. Tras muchas puertas picadas, no creéis en el respaldo institucional. Y sí, claro que volveré a visitaros. Estamos en un proyecto y quisiéramos que todos los que quieren salir de la calle puedan hacerlo. No es fácil pero retornaré con alguna noticia. Sé dónde estáis. Y ya me conocéis. Soy de los vuestros. Este artículo ha sido escrito por Daniel Marin, un emprendedor sin techo y su talento es el foto-periodismo. Nota desde la asociación Emprendedores Sin Techo. Puedes realizar una donación para ayudarle a traves de la cuenta bancaria de la asociación Emprendedores Sin Techo con el concepto #Cobijos: IBAN No ES78 0081-1699-53-0001058408