Gabriel está muy orgulloso de su refugio. Creado ingeniosamente con los recursos disponibles, con sus manos, con los desechos de los otros, imaginación para lograr encontrar el sitio idóneo, premura a la hora de construirlo.
Es su sitio de referencia, aquello que tanto echaba de menos. De momento es lo que tiene, sabe dónde cobijarse cuando llueva, donde dormir cuando se agota, descansar, en fin, en un lugar para él seguro.
Escondido, poca gente pasa por ahí, y amparado por los arbustos, ni infieren su presencia. Ya puedes beber y leer tranquilo. Ya puedes esquivar las miradas inquisitorias, y estar solo de verdad cuando lo deseas, que es casi siempre.
Sin embargo, Gabriel sueña con un hogar de verdad. Un techo más sólido, para empezar de nuevo una vida donde la seguridad y un descanso verdadero le permitan adquirir empuje y determinación para trabajar, ganarse su pan sin recurrir a la mendicidad, un lugar en el que la cerradura que determina su intimidad sea más consistente que una sábana roja, raída, leve.
Gabriel me cuenta que su refugio es una proyección de algo que él desea con ahínco. Que al raso es un sin vivir, y que al quedarse en la calle enseguida buscó un lugar donde montar el cobijo. Gabriel era conserje, Gabriel cayó en las despiadadas e inmisericordes garras del alcohol tras la pérdida de empleo. Gabriel quiere recuperarse y para ello necesita un hogar como punto de partida.
Nota del autor, Daniel Marin, un emprendedor sin techo. Su talento es el foto-periodismo.
La historia de Gabriel es también mi historia, y puede ser la de cualquier otra persona que sufra un momento de debilidad y desprotección en su vida.
Nota desde la asociación Emprendedores Sin Techo.
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